¿En dónde han quedado aquellos viajes que solíamos llamar experiencias?
Aquellas experiencias duraderas y profundas cuando cruzábamos el atlántico en barco con todas nuestras pertenencias dentro de baúles y mirábamos hacia arriba; al cielo, la noche y sus estrellas,
Aquellos largos recorridos en tren cuando nos perdíamos entre junglas abundantes de tigres y elefantes durante noches y noches para encontrarnos con nosotros mismos,
Aquellos momentos en la banca del parque, cuando sentíamos el viento de la tarde directamente en nuestros rostros mientras redactábamos alguna postal para aquel ser quien no pudo acompañarnos, o anotando algún pensamiento en nuestros cuadernos,
Aquellas noches interminables a los pies de alguna catedral, sentados en la plaza de algún pueblo perdido, compartiendo anécdotas, verdades y vino.